Pa' el descuaje y otros males
- Lucía Díaz, Luisa Gélvez y Natalia Perea
- 14 jun 2017
- 5 Min. de lectura
Escrito en octubre de 2016
A pesar de dedicarse a un oficio en ‘peligro de extinción’, Bernardo Delgado le apuesta cada día a continuar usando sus manos como un instrumento de alivio para aquellos que, con ilusión, aún acuden a los remedios tradicionales.

Movido por su fe en el ‘Santo Cristo del Cementerio’, Bernardo Delgado asegura que no es él quien soba, sino Dios a través de sus manos. ! Foto: Natalia Perea Dulcey.
Con sus canas bien peinadas, camisa dentro del pantalón, uñas totalmente impecables y un ostentoso anillo, con lo que podía ser un rubí en su dedo; recibe Bernardo Delgado a quienes lo buscan en uno de los billares más reconocidos de San Gil, en Santander. Sin embargo, pese a ser este el punto de encuentro, es su casa, un muy sencillo lugar donde Bernardo hace sus ‘milagritos’.
-Yo no soy el que estoy haciendo esa vaina, yo le tengo fe es al Santo Cristo del Cementerio-, a quien, con devoción, le reza cada lunes y viernes durante dos horas con la esperanza de que sus manos sean usadas como un ‘instrumento divino’. -Es que mire cómo se me eriza la piel cuando hablo de él-, agrega conmovido. Bernardo fue testigo del día en el que intentaron sacarlo de la iglesia, pero ‘el mismo Cristo’ puso resistencia con tormentas, ‘haciéndose’ más pesado de lo normal. -Fue imposible sacarlo-, repite en varias ocasiones.

Y es que, por casi 40 años, el oficio de Bernardo ha sido sobar a los que con dolor llegan a buscarlo. Sí, compañero fiel del ‘descuaje’ y aberturas de pecho, aunque no es lo único; tantos años en el oficio le han dado la habilidad de sanar otros males. Amigdalitis, vejiga baja, cólicos, artritis y hasta la diabetes son algunas de las consultas que han hecho de Bernardo uno de los mejores y más reconocidos sobanderos, no solo de San Gil, sino de muchas partes de Colombia.
-La experiencia la he ganado sobando y sobando-, dice este hombre, que con 75 años asegura haber producido un spray y una crema capaces de curar cualquier mal que aqueja a sus clientes. -No le puedo revelar mi secreto-, responde riendo cuando le preguntan qué usa para hacer sus ‘menjurjes’ que envía a otros países como Alemania y Venezuela, y entre lo poco que cuenta, muy seguro repite que, si las hierbas no son traídas del Perú, poco o nada funcionarían. Claro está que, aunque los productos sirven, es él quien sabe cómo y dónde sobar para curar a la gente.
-Permítame su brazo un momento-. Y muy confiado muestra con exactitud la parte del antebrazo que debe sobar para tratar la amigdalitis. -Claro que si la sobo y no tiene nada, la mando a la clínica al menos por un cuarto de hora-. Asegura que cada enfermedad tiene su punto de sobar, y es tal vez por eso, que hasta los cólicos ‘desaparece’. Para la diabetes el remedio es fácil, al menos así lo hace ver él -eso es que tiene el páncreas muy bajito y no le bota la insulina suficiente, hay que acomodarlo y ya-.

El oficio de Bernardo es uno de los más criticados por la medicina. Cuenta que son muchos los médicos que se niegan a creer que, además de las vacas, lo humanos ‘tienen cuajo’, esto sin contar que Bernardo dice curar enfermedades que la ciencia no ha podido, como las mencionadas anteriormente. A pesar de esto, y con su pecho muy en alto, se jacta de sobar hijos de médicos y enfermeras del pueblo, mostrando a través de su oficio, que sí es posible calmar los dolores sin necesidad de medicamentos. -Yo visito a niños en las clínicas que están a punta de suero-, comenta, -y la verdad es que están es “descuajados”, pero eso allá no lo creen-.
Según la creencia popular, el “descuaje” se da principalmente en los niños. Sus movimientos bruscos y caídas hacen que el estómago se descuelgue y produzca malestar.
Don Bernardo, aunque el “don” sobra, porque odia que lo llamen así, tiene su método para saber si los niños sí están descuajados -. Yo los coloco en una mesa con las piernas bien estiradas, si los pulgares están parejos, el niño está bien, pero si hay uno más arriba, hay que sobarlo, y en cinco minutos ya está bien-. Igualmente tiene su táctica para saber si la persona tiene el pecho abierto, pero esta vez usando un cordón para tomar las medidas. Se mide del cuello hasta el ombligo, esta medida se duplica y, finalmente, si al pasarla alrededor del pecho, no alcanza el cordón, la persona está abierta de pecho.
Muy precavido y siempre sonriente, este señor da paso para mostrar su lugar ‘sagrado’. Sin mucho apuro saca la llave de su pantalón para quitar el candado que colgaba de la puerta, pues, aunque es una de las habitaciones de su propia casa, guarda y cuida con cautela todo lo que necesita para su trabajo.
Ya adentro, las cosas empiezan a cambiar, se respira un ambiente más calmado, además de un particular olor que ronda por la habitación. Contra la pared había una camilla impecable; debajo, un balde repleto de hojas secas, de allí emanaba el olor dulce, aunque difícil de describir; y en la esquina, una mesa con varios de los famosos sprays. Curiosamente, el lugar donde soba es también su habitación; su cama muy bien tendida, los zapatos ordenados bajo una mesa y en medio de su ‘templo’ colgado en la pared, como es de imaginar, no podía faltar un escapulario grande y llamativo en honor a su creencia.

- ¿Le duele aquí? -, pregunta tocándome el cuello. Después de confirmarle que sí había dolor, dice -Acuéstese y verá. Parece que se estresa mucho-. Sí, aquel que entre por la puerta del ‘santuario’ de Bernardo, debe saber que saldrá totalmente diferente, sin dolor.
El spray, frío; luego la crema, más fría aún; por último, las manos del sobandero. 75 años, 40 de dedicación absoluta, se reflejan ahí. Confianza en lo que hace, amor por lo que lo apasiona y una fuerza particularmente suave, definen no solo al hombre, sino también su manera de sobar, de hablar, de hacer sus cosas.
Su amor por sobar lo lleva también a sentir mucha tristeza al ver cómo, con el pasar de los años, esta humilde pero valiosa ocupación se ha ido quedando en el olvido. -Para sobar hay que tener el deseo-, agrega. Son escasos los jóvenes que se interesan por aprender, lo que sí es cierto es que personas como Bernardo y muchos más sobanderos pasan sus días dispuestos y ansiosos a que alguien con la misma pasión que ellos quiera aprender y perpetuar con sus manos el noble oficio de sobar.
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